viernes, 28 de noviembre de 2008

Unabomber: el fin no justifica los medios

Como la verdad no es única, exclusiva e inapelable, no debemos en modo alguno intentar imponer nuestra visión del mundo con prácticas violentas, autoritarias e intimidadoras. De optar por esta vía, conseguiremos el efecto no deseado, pues aunque nuestro fin sea noble y nuestras intenciones loables, el resto de la humanidad percibirá nuestra acción con actitud refractaria y nuestra labor quedará automáticamente desacreditada.

Hoy me apetece contaros una historia singular. Es la de un niño norteamericano de ascendencia polaca llamado Theodore John Kaczynski. Su infancia fue del todo anormal: a una temprana edad descubrieron en él un cociente intelectual superior a la media (167) y le eximieron de cursar sexto. Sin embargo, adelantarlo de curso fue en realidad todo un retraso en su desarrollo personal, pues al pequeño Theodore le costó aclimatarse a su nueva situación y se temió que su dificultad para relacionarse con sus compañeros se debiera al síndrome de Asperger o incapacidad para percibir las emociones ajenas.

A la tierna edad de dieciséis, dos años antes de lo habitual en cualquier compañero, ingresa en la prestigiosa Universidad de Harvard siendo el primer alumno de su promoción con una calificación próxima a la perfección (9,89), cursando posteriormente un doctorado en la Universidad de Michigan, en la cual elabora un prodigio de tesis sobre las funciones límites que le granjea una plaza como profesor y un cargo en la National Science Foundation. Sin embargo, un par de años más tarde decide abandonarlo todo y largarse a vivir a la morada paterna de Lombard, Illinois, para instalarse definitivamente en una cabaña de madera contruida con sus propias manos en las colinas de Montana.

En 1978 su vida toma un rumbo inesperado y dramático: decide establecerse como cazador-recolector y emprende una campaña de pequeños atentados gestados a través del envío de bombas a universidades y aerolíneas americanas. El FBI -la imagen que ilustra esta entrada corresponde al retrato robot elaborado por estos- comienza a seguirle la pista y lo bautiza como Unabomber (bombeador de universidades y aerolíneas en sus acrónimos americanos).

La idea-fuerza tras estas acciones era la de denunciar el funcionamiento de la sociedad industrial y reivindicar un retorno al período pre-industrial en sintonía con el medio y sus procesos productivos. De hecho, Theodore elabora un documento de gran valía en forma de manifiesto y que podéis leer íntegro en castellano desde http://www.sindominio.net/ecotopia/textos/unabomber.html, donde expone en 35.000 palabras un riguroso análisis sobre los derroteros de la actual sociedad termoindustrial.

Su concienzudo y acertado análisis quedó en entredicho puesto que, para verse finalmente publicado en dos medios de amplia repercusión en Estados Unidos, The Washington Post y The New York Times, tuvo que recurrir a la extorsión bajo al promesa de que cesaría sus atentados. De ahí que la imagen que perdura en el imaginario colectivo sobre él sea la de un perfil emocionalmente inestable, desarraigado social y familiarmente, que dedicaba su tiempo a elaborar bombas con chatarra en un taller y no la de un lúcido científico que se percató de las maldades de la industrialización y lo plasmó en un manifiesto.

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