miércoles, 1 de octubre de 2008

Ni capitalismo, ni comunismo...decrecentismo

En efecto, nuestro cuestionamiento del sistema actual no debe ceñirse en exclusiva a la crítica cruel y despiadada hacia esa irresponsabilidad que representa el hecho de que deleguemos en "la mano invisible" y ajena del mercado el manejo de todo, como el Gran Hermano que dibujaba George Orwell en su novela 1984.

Aún en el supuesto de que el estado controle las dinámicas de producción de alimentos, bienes y servicios, si semejante proceso permanece envenenado por la lógica maquiavélica del discurso productivista (producir a destajo en el menor tiempo posible), las personas nos transformaremos inexorablemente, por obra y gracia del discurso hegemónico, en tornillos de la máquina de demoler: el despilfarro de riquezas naturales continuará a su ritmo, la apropiación y destrucción de territorios será un no parar, desaparecerán las especies, los espacios y los procesos que tenían lugar en los ecosistemas, se exacerbarán las temibles consecuencias del cambio global afectando más a quien menos lo merece y así consecuentemente.

Al fin y al cabo, como leía por ahí, tan nefasto es el petróleo neoliberal (capitalista de mercado), como el comunista (o capitalista de estado). El medio no atiende a ideologías y huelga mencionar ejemplos de uno u otro signo, que nos son tan obvios y cercanos.

El proceso de cambio debe serlo también de superación de modelos caducos y anquilosados en el pasado. Ya no cabe otra elección posible, dado que nuestro empecinamiento y nuestra fé infinita en la inagotabilidad de recursos procurada por los prodigios de la ciencia, se ha encontrado sin elegirlo con la finitud de la biosfera y la incapacidad del medio para sostener un tren de vida como el actual "sine die".

De tal modo que si perseguimos mantenernos con vida (pues de eso trata el concepto de sostenibilidad), es más: con una vida digna de ser vivida, debemos apostar decididamente por articular una alternativa más respetuosa con otras personas, léase conviviendo felizmente y repartiendo equitativamente la riqueza, y con el medio, sin exprimirlo al máximo en busca de réditos económicos y respetando sus capacidades productivas y de regeneración de recursos y su resiliencia (capacidad para readaptarse a las perturbaciones que sobre él ejerzamos). Sólo así evitaremos estrellarnos contra un muro sólido e infranqueable.

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