lunes, 30 de junio de 2008

El cauce de un río

Hoy os voy a proponer una sano ejercicio mental. Se trata de situarse en el pensamiento de un río como si este tuviera conciencia de sí mismo.

Me presento como deferencia de cortesía. Soy un río. Un río al mismo tiempo singular, pues cada uno de nosotros lo somos, pero con tantas similitudes con otros. Al fin y al cabo, los ríos no hacemos distinción entre los de mayor caudal, los de un recorrido más extenso o los de formas más sinuosas o sugerentes, pues estas disquisiciones son más propias de quienes persiguen encorsetarnos, clasificarnos y distinguirnos, al no conocer modos distintos que la muy simplona escala cuantitativa.

Tanto nos da si se trata de riachuelos, afluentes, principales...se puede decir que los ríos somos entes tolerantes con nuestros semejantes. De hecho, cuando varios de nosotros nos encontramos y aunque nuestras aguas sean más o menos dulces, más o menos densas o más o menos pobladas o diversas, no ponemos impedimento alguno para converger con el otro. Se podría decir que hasta celebramos tal encuentro con algarabía y buscamos un punto medio en el que saber entendernos.

Los ríos, como los humanos, nacemos en lo elevado de un monte y perdemos altura conforme avanzamos en nuestro recorrido, nos vamos topando con obstáculos que salvar, discurrimos plácidamente dibujando cascadas, meandros y pozas, nos integramos como un elemento más del paisaje, alimentamos y refrescamos a vegetales y animales que precisan de nuestros nutrientes y no discriminamos las fronteras, puesto que consideramos a estas como artificios impuestos por quienes se han creido en posesión de los territorios que surcamos. Un nuevo gesto de arrogancia de quienes se consideran amos y señores del mundo.

No puede decirse que los ríos seamos transigentes con todos el resto de factores ambientales, pues nos molesta o más bien nos hastía cuando vierten contaminantes sobre nuestras aguas. Nos hacen perder calidad de vida y al mismo tiempo y con un cierto rencor se la hacemos perder a aquellos que nos han contamidado y a otros que, aunque justos, pagan como pecadores de un crimen que no cometieron. Me pregunto en que error hemos incurrido para que nos hagan semejante faena. Otros se preguntarán lo mismo probablemente. Y con razón.

Del mismo modo, nos enrrabietamos cuando la climatología se pone adversa. Las lluvias excesivas nos desbordan y las tormentas nos revuelven. Y despreciamos cuando nos disponen esas horrendas presas de hormigón para impedir nuestro libre transitar. Si nosotros no ponemos coto a su libertad, ¿por qué lo hacen ellos con nosotros?

Tras el recorrido que efectuamos, nos fundimos con el mar porque, aunque distinto en sus propiedades y peculiariedades, somos conscientes de que el entendimiento el posible y describimos un último tramo de nuestra trayectoria en común, haciendo de la transición mutua su seña de identidad. Y así dejamos paso a nuevas aguas que vendrán y el ciclo sigue su curso como debe ser. Confío en que así sea por siempre.

Gracias por atender a este humilde río y se agradecerá que en adelante seáis tan considerados conmigo como yo lo soy con vosotros. Un cordial abrazo.

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