miércoles, 25 de junio de 2008

El aceite de piedra dejará de engranar la economía

Cuando hace unos días leí un artículo en El País escrito por Cayetano López, profesor de primero de mi carrera, ex-rector de la UAM y director adjunto del CIEMAT, me sorprendió la lectura que el mismo hacía sobre lo costoso que se está volviendo obtener energía.

Si realizamos un somero repaso histórico a los hitos energéticos emulando a José Manuel Naredo en el lúcido análisis "Raíces económicas del deterioro ecológico y social", nos percataremos que mientras los setenta fueron la década de la concienciación ambiental por excelencia, con el florecimiento del ecologismo ya como ente independiente del pacifismo, la publicación del informe "Los límites del crecimiento" por parte del Club de Roma o la obra de E.F.Schumacher "Lo pequeño es hermoso", la celebración de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano que tuvo lugar en Estocolmo y de las sucesivas crisis energéticas (1973, 1979), que pusieron de manifiesto el escasez de un recurso agotable como es el petróleo; los ochenta supusieron un paso atrás y un empleo desmedido y despilfarrador de dicho recurso.

La citada década y hasta que nos topamos con la tercera crisis energética, de 1990, sirvió para el desarrollo de una economía creciente y boyante al amparo de una quema incesante de un combustible fósil que la tierra se había preocupado, consciente o inconscientemente, de atesorar durante milenios y que no dudamos en agotar con descaro prepotente en cuestión de un puñado de decenios.

El cociente EROI (Energy Return on Investment), sencillo parámetro de rendimiento energético que divide la energía obtenida entre la energía invertida para obtenerla, ha variado de 100 a 10 su valor para el acopio de crudo en cuestión de medio siglo, con lo que ha quedado en evidencia la próxima finitud del recurso por agotamiento de las reservas conocidas y ello ha generado un incremento notorio y apreciable de su precio, con la consiguiente repercusión en sectores íntimamente ligados al oro negro, léase la agricultura industrial, el sector transportes, la propia industria...

Cuando algunos se empeñan en enmascarar una crisis económica que transcurre en paralelo a la crisis ecológica (y por ende energética) sin parangón, otros consideramos que es el momento de una reevaluación consciente del modelo económico y la reestructuración del mismo en base a una menor dependencia energética de los países de la OPEP, de México, de Noruega, de Rusia, etc y de una descentralización empleando energías cuyo valor de EROI sea menor, pero más equilibrado a su impacto ambiental (soclar, eólica, magnética) y de una drástica reducción de los patrones de consumo energético.

De lo contrario, puede que ocurra lo que ya vaticinó Gerald O. Barney en el informe encargado por el presidente Jimmy Carter en 1981 "The Global 2000": "a menos que las naciones adopten medidas audaces e imaginativas, tendentes a mejorar las condiciones sociales y económicas, reducir la fecundidad, asegurar un mejor aprovechamiento de los recursos y proteger el ambiente, el mundo deberá prepararse apra un penoso advenimiento del siglo XXI".

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