jueves, 19 de junio de 2008

Adicciones, malos hábitos y preguntas indiscretas

Siempre he tendido a pensar que cuando el disfrute de una actividad, persona o sustancia psicoactiva (activadora de la mente o psique) se transforma en adicción por encontrarnos ante una búsqueda desesperada de la misma, parte de ese disfrute muta en (auto)coacción y una porción amplia de nuestra libertad queda seriamente amputada o damnificada.

Y tanto me da si este hábito pernicioso proviene de las drogas reconocidas como tal (¡habría tanto que debatir al respeto! ¿el café que te despierta es droga? ¿y la sal que viertes en exceso a la ensalada y al filete? ¿y el azúcar de los yogures? ¿la costumbre de "ir de compras" con las amigas? ¿y la manía de salir porque sí los fines de semana a costa de pasar un calvario entre semana?), como del deporte, la música o el apego a una o varias personas cercanas.

Estimar la libertad es tanto como comenzar a apreciar los detalles que dan sentido a nuestra vida y a desdeñar aquellos que rayan en la superficialidad más detestable.

No me creo a aquellos que me dicen que no están enganchados a tal o cual sustancia (y sustitúyase por tabaco al ser el ejemplo más cotidiano), porque si no lo estuviesen, no habrían de justificarse. ¿A quién pretenden engañar?

Esta sociedad en su conjunto y cada uno de nosotros en particular está/mos lamentablemente coartada/os por lo que Serge Latouche llama la toxicodependencia consumista, la aspiración abnegada de ser más y mejores que nuestros semejantes a toda costa, el disfrute de la cultura de lo efímero y desechable para ser reemplazado por lo efímero y desechable en un ciclo sin fin, la actitud individualista-competitiva del "ande yo (y los míos) caliente(s) y ríase la gente", el desprecio ignorante hacia lo bueno por conocer y el aprecio incondicional a lo malo conocido...

Las soluciones a estos conflictos, si me permitís que los denomine de ese modo, emanan de uno mismo, de la formulación de cuestiones adecuadas y de la respuesta meditada y responsable a las mismas. ¿De veras necesito yo todos estos artefactos? ¿Me hace más feliz y mejor persona poseer más objetos? ¿Si puedo reparar o reutilizar con otros fines, por qué seguir adquiriendo más bienes materiales? ¿Hacerse con una vivienda, un coche o un animal doméstico en propiedad me supone una satisfacción, una inseguridad o una obligación? y así hasta una infinidad de preguntas para las que no cabe más respuesta que la que emerja de vosotros mismos.

Os invito por tanto a la meditación y al planteamiento de estas cuestiones. Al fin y al cabo, el cambio global comienza por la concienciación individual, ¿por dónde sino?

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